1976 o cómo enseñarle al Presidente Ford a ser candidato a presidente (II)
Segunda parte de cinco
“No, el gobernador Reagan no se tiñe el pelo”
Gerald Ford en el Despacho Oval, 1975. Fuente: New York Times.
Tras dos años de la presidencia más inesperada de su historia, los americanos comienzan a preguntarse si quieren elegir a Gerald Ford por primera vez[1]. Pero son muchos quienes se lo preguntan sin saber la respuesta, incluso en las propias filas del partido republicano. Pues la administración Ford tiene realmente poco que mostrar más allá del talante amable del presidente, en otras palabras: “que no es el cabronazo de Richard Nixon”. En cambio, en su cuenta se encuentran: un perdón presidencial que sigue siendo imperdonable para la mayoría, una inflación que mejora pero un desempleo que no da tregua, la derrota definitiva de Vietnam del Sur, un acuerdo histórico con la URSS, que a los ojos de muchos parece legitimar la dominación soviética en Europa del Este, y una desgastante batalla con el congreso, que está en poder de los demócratas.
Ford siente que puede seguir adelante y demostrarle al país que para 1980 la situación estará mejor en sus manos. Pero para conseguirlo tendrá primero que derrotar al actor y exgobernador de California, Ronald Reagan, quien es todo lo que Ford no es. Es apuesto como pedía Hollywood, sabe hablar con soltura y firmeza, tiene una mirada adusta que completa su toque carismático y hasta tiene más pelo. Pero ésta es también su mayor debilidad: la vanidad del actor. El presidente, que tiene escasos sesenta años, hace un comentario cómico que hiere a Reagan -de 65- donde más le duele: su edad.
- No, el gobernador Reagan no se tiñe el pelo. Simplemente se le está tornando naranja de manera prematura.
Aun así, Reagan cree tener la llave para revitalizar al partido republicano. Quiere demostrarle al país que el problema con el “radicalismo conservador” de su mentor, Barry Goldwater, y el desastre electoral de 1964, era solo de cara y no de marca. Es en esta batalla que amenaza con quebrar para siempre al partido republicano donde nacerá la visión que hoy le asumimos como natural: recorte de impuestos y del estado de bienestar que llame al individualismo, conservadurismo moral que apele a evangélicos y un sentido de excepcionalismo americano que enamore a quienes están hartos de fracasar. Estados Unidos es la “ciudad dorada sobre la colina” y debe actuar como lo que es.
El exgobernador de California, Ronald Reagan, ante la prensa en 1975. Fuente: Wikimedia Commons.
Del otro lado, los demócratas se regodean pensando que la presidencia está al alcance de sus dedos después de la debacle de 1972. Si han demostrado algo de unidad en los años de Watergate ha sido por enarbolar la bandera de la pulcritud política. Pero adentro de la familia demócrata no se ha logrado sanar la fractura entre el ala más izquierdista de McGovern, la facción más moderada del exvicepresidente Humphrey y el racismo-populista del gobernador de Alabama, George Wallace. Cada una tuvo su momento en las urnas, y cada una perdió. La que antes era la coalición del “New Deal”, que llevó a los demócratas a tener la presidencia por 28 años entre 1932 y 1968, es hoy, tan solo, un recuerdo que adorna los altares dedicados a Franklin Roosevelt y John F. Kennedy.
En Washington DC los líderes del partido demócrata piensan si un viejo zorro político como Henry “Scoop” Jackson es el hombre idóneo para derrotar a Gerald Ford. Sin embargo, el desconocido gobernador de Georgia, Jimmy Carter, empieza a cocer una estrategia electoral nueva y que desde entonces sería el camino por seguir para todo “outsider”. Carter, de anchos labios, ojos azul marino y una mirada de consternación que conjuga con una amplia sonrisa, intuía que los americanos estaban deseando su tipo de cara. Un rostro nuevo, ajeno a todo lo que se asociara con la clase política de Washington DC. Las virtudes de ser irreconocible, pues no estaba definido ante la opinión pública.
¿Pero sí podría moldear su imagen a su gusto?
“¿Será que Ford jugaba fútbol americano sin casco?”
Ford, al ver la amenaza conservadora de Reagan, decide que tiene que aprender a ser candidato. Y para un político acostumbrado a la amistad y simpatía como principal arma, esto significa toda una transformación en su naturaleza. Decide girar hacia la derecha, y mostrarle a su propio partido que él también cuenta con caras jóvenes, con conservadores de nueva ralea. Le dice a su vicepresidente, el más liberal de los republicanos, el exgobernador de Nueva York, Nelson Rockefeller, que no contará con él para 1976. Luego, trae a su círculo cercano a dos jóvenes promesas: Dick Cheney y Donald Rumsfeld. Tras este golpe de efecto, Ford se estrena como candidato en las primarias republicanas. Le gana a Reagan los primeros estados con victorias estrechas, y parece que no tendrá que llegar a una “convención abierta”. Pero Reagan logra remontar y lleva al presidente hasta el final: le ataca por ser suave con la URSS, por dejar solo a Vietnam del Sur, por no criticar lo suficiente la legalización del aborto, por ser un republicano cobarde.
Serie histórica de aprobación de Gerald Ford, Gallup. Fuente: The American Presidency Project.
Ford no solo fracasa en devolver los golpes, si no que cada vez le da más material a Reagan. Y todo por partida doble. Se cae primero esquiando y luego por las escaleras del avión presidencial -y en ambas las cámaras lo captan-, viaja por el país y le intentan asesinar dos veces en un mismo mes. Para colmo el nuevo programa humorístico de televisión Saturday Night Live se burla de él cada fin de semana y lo retrata como un estúpido. Se hacen eco de aquello que dijo una vez el expresidente Lyndon Johnson: “¿será que Ford jugaba fútbol americano sin casco?”.
Llega el verano del 76, es 4 de Julio, y Estados Unidos celebra su bicentenario. Ford intenta mostrarse lo más presidenciable posible bajo la luz de los fuegos artificiales, pero no consigue ocultar el temblor en la mirada. En dos semanas es la convención republicana: ya fue el primer presidente en ejercer el cargo sin un solo voto, ¿será también el primero en ser derrotado por su propio partido? Mira a Betty, su esposa, luego a las cámaras: una sonrisa por favor, señor presidente.
Es el 7 de Julio y la reina Isabel II está en Washington DC. Ford necesita el apoyo de todos los delegados posibles para la convención en Kansas City, y decide sacarle provecho al Despacho Oval con las invitaciones a la gala. Se llega a decir que si la reina revisara la lista de invitados se sorprendiera “por la cantidad de delegados indecisos a su alrededor”. Por ejemplo, está media delegación de Wyoming, plantados de asombro ante la realeza británica, con una combinación de frac y botas vaqueras. Aun así, a pesar de la feroz política interna, hay que guardar la compostura y más cuando toca empezar a bailar el vals en la gala oficial. Ford ruega que no vaya a dar un mal paso y tropezar. A eso ha llegado. ¿Qué pasó con la confianza calvinista que tenía en sí mismo hace dos años? Cuando sentado en la oficina oval siente el frío de las dudas en su espalda, no puede si no preguntarse qué haría su padrastro, aquel que le dio el nombre y fue su mejor ejemplo en vida. Busca fuerzas en su pasado, cuando no pensaba ser presidente de los Estados Unidos y la imagen de Gerald Ford bailando con la reina Isabel II en la gala del bicentenario era vista como un mal chiste.
La Reina Isabel II junto a Gerald Ford, Julio de 1976. Fuente: Gerald R. Ford Library.
“¿Y si hemos elegido al equivocado?”
Carter sabe que esta vez es distinto, pues hasta un tipo como él puede ganar. Antes el candidato del partido era elegido tras la pantomima de una escasas primarias estatales y un delicado juego de póker con los líderes del partido en la convención. Después de las caóticas convenciones de 1968 y 1972, se ha decidido que el candidato del partido será el que tenga más delegados tras las primarias en los 50 estados de la unión. Si no hay mayoría se decidirá todo en la convención. Free-for-all. Entonces Carter, un granjero de cacahuetes del sur, con educación naval y un carácter más de pastor baptista que de político, cree que encarna la solución a los problemas de los demócratas.
Carter es moderado para estándares del sur y conservador para los del norte. Por lo que, ante candidatos racistas en los primeros estados y muy liberales en los segundos, logrará ganar los votos residuales y alzarse con la victoria. Para salir del anonimato decide lanzarse como candidato casi con dos años de antelación, recorrer 37 de los 50 estados, dar casi 200 discursos y saberse el nombre de cada hijo de vecino en Iowa y New Hampshire, donde comienzan las primarias. Henry Jackson y compañía ni compiten en aquellos concursos, creen que el juego sigue con las mismas reglas de antes.
Por eso mismo, cuando espabilen, Carter será ya inalcanzable en delegados y uno por uno eliminará a sus rivales; que llegan a ser 17 en total -todo un récord hasta 2020-. A pesar del tardío “movimiento ABC”: Anybody But Carter, llegada la convención en Nueva York, los demócratas elegirían a su primer candidato del “sur profundo” desde 1848. Si en 1972 los demócratas nominaron a un “radical izquierdista” como McGovern, en 1976 nominarían a su candidato más “conservador” en décadas. Más de uno se preguntaba: “¿y si hemos elegido al equivocado?”.
Rosalyn Carter junto a Jimmy Carter, convención demócrata de 1976. Fuente: AP.
Es la convención republicana y Gerald Ford no sabe pelear por el voto de los delegados indecisos. Ford nunca quiso actuar con artimañas para conseguir un voto. Aquello de ofrecer gabelas, puestos o amenazar le parecía poco ético. Si en el congreso quería tu voto, te miraba a los ojos, ponía una mano sobre tu hombro izquierdo y te invitaba a comer. Y era efectivo. Por eso lo querían tanto y llegó a ser líder de la minoría republicana en la cámara. Pero aquí, en una convención, se va a luchar en el barro, y es lo que Dick Cheney y Donald Rumsfeld sí saben hacer por sus años con “Tricky Dick”. Pero Reagan se ha olido los trucos de Ford para convencer a los 115 delegados indecisos, y sabiéndose en inferioridad ante el sello presidencial, decide jugar una carta arriesgada.
Dick Cheney (izquierda), Donald Rumsfeld (centro) y Gerald Ford (derecha) en el Despacho Oval, 1976. Fuente: Gerald R. Ford Library.
Reagan pide a la convención que, antes de votar por el candidato, ambos contendientes revelen quiénes serán sus coequiperos en el tiquete partidista. Reagan espera dar un golpe de efecto con el anuncio de su vicepresidente, el senador Richard Schmeiker, del ala liberal del partido. El tiro le sale por la culata y en vez de conseguir los votos de moderados indecisos, irrita a las bases ultraconservadoras. Ford no cae en la trampa y dice que no anunciará a su vicepresidente antes de la votación. Tras bambalinas Cheney y Rumsfeld obran el milagro. Entre los nuevos delegados que consigue Ford y quienes se separan de Reagan, el presidente es nombrado por fin candidato-a-presidente de su partido. Hay un tibio alivio, y la mano derecha de Ford deja de estar engarrotada en el bolsillo de su pantalón.
Es entonces cuando Ford llama a Reagan al escenario y le pide que de un discurso improvisado. Calcula que ese gesto de magnanimidad unirá a un partido del que los más conservadores piden escindirse. Aunque Ford tampoco se atreve a darle la vicepresidencia, no vaya a ser que termine por opacarle en su hora más brillante. A pesar de la derrota, Ronald Reagan, actor de vocación y orador espléndido, sabe que puede demostrarle al partido que en 1980 él es quien será el candidato para vencer. Sube al escenario, y con la fuerza de su voz de película, da un discurso de menos de diez minutos que deja boquiabiertos a todos los presentes. Un éxtasis partidista.
Un derrotado Reagan agradece el calor recibido a lo largo de la convención y luego, como maestro de la retórica que es, ilustra su mensaje con una singular anécdota. Cuenta, de manera jocosa, el curioso pedido que le han hecho hace unas semanas de escribir una carta que no se abrirá hasta el 2076. Ante lo cual Reagan reflexiona, con un despliegue de imágenes, si en cien años quienes lean su carta podrán hacerlo libremente por las decisiones tomadas en 1976. Levanta una bandera en nombre de la libertad individual que erosionan los gobiernos demócratas, y que por fuera, es amenazada por la tiranía de la superpotencia soviética. Sin saberlo, los delegados escuchan por primera vez el discurso que predominará en la política americana en toda la década de los ochenta. Reagan termina con unas palabras que llaman a la carga, a recuperar el entusiasmo por el partido republicano:
“We’ve got to quit talking to each other and about each other and go out and communicate to the world that we may be fewer in numbers than we’ve ever been, but we carry the message they’re waiting for. We must go forth from here united, determined, and what a great general said a few years ago is true: There is no substitute for victory. Mr. President.”
Los delegados extrañados, se preguntan: “¿Y si hemos elegido al equivocado?”.
Bob Dole y Nancy Reagan (izquierda), Ronald Reagan y Gerald Ford (centro), y Nelson Rockefeller y Betty Ford (derecha), convención republicana de 1976. Fuente: AP.
[1] Debido a la enmienda 25° a la Constitución de los Estados Unidos aprobada en 1966, se establece que la vicepresidencia no puede quedar vacante y el congreso debe aprobar un reemplazo. También dictamina que si un vicepresidente ocupa el cargo de presidente más de dos años, no podrá aspirar a dos mandatos sino solo uno. Por lo que Ford no habría podido ser candidato en 1980 al haber asumido en agosto de 1974.