1976 o cómo enseñarle al Presidente Ford a ser candidato a presidente (V)
Quinta entrega, final de la serie
“Not Just Peanuts”
Es una noche electoral larguísima. Los asesores más cercanos a Ford se turnan para estar con él. Ve los resultados desde la alcoba presidencial junto a Betty y su amigo Joe Garagiola Sr. Enciende su pipa una y otra vez. Los suburbios de Nueva York no parecen estar con él esta noche y sin ellos no hay forma de ganar los votos electorales del segundo estado más poblado del país. Llegan los resultados del sur y Jimmy Carter está barriendo en todos. “No puede ser, pero si de sureño solo tiene el acento”, dicen algunos.
Los republicanos llevaban ganando el sur profundo desde 1964, y se había convertido en un feudo seguro con la estrategia sureña de Nixon en 1968: apelar a la “ley y el orden” y restarle velocidad a la integración racial. Todos aquellos demócratas racistas como el gobernador de Alabama, George Wallace, poco a poco se habían convertido a las toldas republicanas. Pero esta vez era distinto. Carter había logrado lo imposible y había sentado en la misma mesa al padre de Martin Luther King Jr. y a Wallace, a afroamericanos y latinos, a mujeres de suburbios adinerados y obreros de salario mínimo. Era el último baile de la coalición del “New Deal”. Era hora de que los demócratas regresaran a la Casa Blanca. Ya mañana verán cómo gobernar, con la resaca de la victoria y la sorpresa de los extraños compañeros de cama.
Ford gana un estado pequeño tras otro, pero no es motivo de celebración, pues necesita ganar los que reporten más votos electorales. Ya tiene California, ha perdido Nueva York. Queda Texas como gran premio de la noche, y el exgobernador John Connally le ha dicho que no dude que el “estado de la estrella solitaria” volverá a ser republicano como hace 4 años. Pero la NBC acaba de anunciar a Carter ganador en Texas. Ford no se lo puede creer y no quiere ver a Connally ni en pintura. Le ha fallado. Son las tres de la mañana: solo queda una esperanza y es el empate. Ford no tiene cómo ganar esta noche, pero si se queda con Ohio y Hawaii, la elección se va a la Cámara de Representantes como ocurrió por última vez en 1825.
Walter Cronkite, el famoso presentador de televisión, dice que no habido elección más reñida desde 1916, cuando Woodrow Wilson ganó un segundo mandato prometiéndole al país que no entrarían en la Primera Guerra Mundial. Algunos dicen que se equivoca, que peor fue la de Kennedy contra Nixon hace dieciséis años, cuando el demócrata ganó Illinois por unos cientos de votos y se gritó fraude. Y sí, en estos dos estados, Ohio y Hawaii, ambos candidatos han estado cabeza a cabeza. La delantera no es amplia, pero la tiene Carter. Y a las 3:30 de la mañana, NBC dice que Carter tiene la presidencia, no por estos dos estados, sino porque acaba de ganar Mississippi, el último estado del sur. ABC proyecta que Carter será el ganador porque ha ganado Hawaii y otro estado reñido: Wisconsin. CBS lo confirma a las 3:45. No importa ya cómo quede Ohio, que lo acabará perdiendo Ford por 0,27% del voto. No deja de pensar en aquellos pocos votos que ayer pudo conseguir recordándole a los evangélicos la entrevista de Carter a Playboy. Faltó lujuria en el corazón del poder.
A esa hora triste, en la que se saborean las almendras amargas, no se termina de definir si Ford está mudo, o aún sigue sin voz. Cheney no quiere verle, pues intuye que el presidente está demolido y mejor será visitarlo por la mañana. Ha ganado 27 estados, más que ningún otro candidato perdedor. Ha ganado 240 votos electorales y 39,1 millones de personas han votado por él. Pero Jimmy Carter, ganando solo 23 estados y el distrito de Washington DC, logró 297 votos electorales y puso a 40,8 millones de personas de su lado. Ford nunca se olvidará que si tan solo 3,687 personas en Hawaii y 5,559 en Ohio se hubieran decantado por él, la elección aún seguiría abierta y la podría haber peleado en la Cámara de Representantes que tanto conocía. Sí, hubiera sido inusual. Pero él era un presidente inusual. La derrota lo ha quebrado y dice: “¿Cómo es que pude perder ante un granjero de cacahuetes?”. Ve una humillación monumental donde otros una hazaña. Ha remontado casi cuarenta puntos de distancia en pocos meses. Ha perdido con las botas puestas, pero no será Harry Truman.
Jimmy Carter está feliz. Celebra con todos sus asesores en el hotel, abraza a su esposa Rosalynn con emoción, y quiere viajar ya Plains para gritar a los aires que lo ha logrado. Repite, con orgullo socarrón, su lema de campaña: “Not Just Peanuts”. Un golpe final para aquellos que no lo vieron venir hace dos años, y así decirles que su candidatura no era de mentira. En medio del júbilo, el jefe de campaña de Carter, Hamilton Jordan, le pide a un reportero que se acerque. Con un par de copas encima le dice que el secreto para que un exgranjero de Georgia ganara la presidencia no estaba en su posible carisma, su estricta religiosidad o ética de monje benedictino.
El secreto estaba del otro lado de la sala y se llamaba Pat Caddel, el experto en encuestas, que asesoró a Carter paso a paso para dibujar la imagen de “anti-político” que quería. Y con tipos como Caddell se inauguraba una nueva era en la política americana, dónde hasta la vestimenta del candidato tendría que ser aprobada y contrastada con cifras.
No era tan solo cacahuetes, Mr. Ford.
“¿Quién era Gerald Ford?”
A la mañana siguiente, Cheney llega al despacho Oval y saluda a Ford. Han pasado ya algunas horas y no ha habido discurso de concesión, pero es porque el presidente no tiene ni voz ni energía, no por ser un mal perdedor. Sin embargo, ya es hora de llamar a Jimmy Carter y entre susurros le felicita. A continuación le dice que Cheney -su jefe de gabinete- le leerá el discurso de concesión. Este lo pronuncia de manera escueta, sin emoción y cuelga. Luego dirá que fue una de las más desagradables experiencias de su vida. ¿Y quién lo leerá íntegro a la prensa? “Que sea Betty, que sea Betty… la portavoz de la familia”, pues el presidente sigue devastado por el resultado y le costará aguantar las lágrimas durante todo el discurso. Lo mismo le sucederá a Carter al dar su primeras palabras como mandatario electo, pero por las razones contrarias. La voz se le corta y se le enmudece la mirada, interrumpe su discurso de celebración para buscar una vez más a su esposa Rosalyn y abrazarla con incredulidad: “lo logramos, lo logramos”.
El post-mortem de la campaña Ford fue doloroso: en vez de preguntarse porqué ganó Carter, sus asesores insistieron en porqué perdió el presidente. Algunos acusaron a Reagan, ya fuera por justa razón o sevicia política. Sacaron a relucir el poco entusiasmo que demostró haciendo campaña tras la convención y la munición que le dio a los demócratas con sus feroces ataques en las primarias. Unos pocos dijeron que la culpa era del sindicato de la industria automovilística, pues al llamar a una huelga “quisieron torpedear la economía” a escasos días de noviembre.
Hubo explicaciones más exóticas, en especial la del “Great Tamale Incident” y su relación con la derrota crucial en Texas por tan solo 130 mil votos. La historia es la siguiente: Ford se encontraba de campaña en San Antonio, y frente al famoso Álamo le ofrecieron un tamal mexicano. Los asesores pensaron que sería un buen guiño para la comunidad latina que, a pesar de ser minoría, podía ser fundamental para ganar el estado. Así que pidieron a los periodistas que se acercaran. Lo que se creyó una escena pintoresca y simpática terminó en ridículo cuando el presidente se empezó a ahogar, al no haberle removido la hoja vegetal al plato típico. La imagen terminó rondando por semanas todas los medios locales, fruto de rumores y chistes. El presidente terminaría obteniendo solo el 18% del voto latino y había quien, con sorna pero no con menos convencimiento, decía: “si tan solo Ford hubiera sabido comer bien un tamal la historia sería distinta”.
Otros argumentaron, con un poco más de sensatez, que la derrota fue culpa de la Warner Bros, que dos semanas antes de las elecciones decidió reestrenar en seiscientos cines “Todos los hombres del presidente”. La celebrada película en la que Dustin Hoffman y Robert Redford encarnaban a Carl Bernstein y Bob Woodward, los periodistas del Washington Post que expusieron el escándalo Watergate. Era inevitable que aquellos que fueron a verla salieran preguntándose: “¿quién fue el encargado de perdonar al cabronazo de Richard Nixon? Ah sí, fue Gerald Ford”.
En realidad, se podía seguir buscando chivos expiatorios, pero había un motivo que reinaba sobre los demás. Y es que Carter no dejó de recordarle a los votantes por qué estaba Gerald Ford de presidente para empezar, y lo que hizo al mes de su llegada que los indignó tanto. A lo largo de tantos meses de campaña, los asesores de Ford hicieron todo lo posible por quitarse aquel fantasma de “Tricky Dick” de encima. Y si no fuera por unos cientos de miles de votos aquí y allá, estaríamos admirando un milagro político. Pero tras analizar varias encuestas a pie de urna y de intención de voto, diferentes historiadores y politólogos llegaron a la conclusión de que aquel perdón presidencial, aquella nube negra de septiembre de 1974, siguió sobrevolando a la hora de ir a las urnas.
Llegan los meses de transición y Carter mantiene al círculo cercano que lo ha acompañado desde sus días de gobernador en Georgia. Este era justamente uno de sus puntos débiles y lo demostrará en su mandato: era demasiado outsider. Una cosa es celebrar ser ajeno a Washington DC en campaña, y otra es gobernar creyendo que aún sigues en Plains, Georgia. Llega el 20 de enero de 1977 y en el discurso de posesión Carter agradece a Ford lo que ha hecho por “sanar a la nación”. Ford asiente de manera sutil y le reconforta el gesto. Fue lo primero que le dijo al país aquel inesperado agosto de 1974 y ha cumplido. Sabe que no le recordarán con aires de grandeza, y vuelve a sentir en sus entrañas que de todos modos no es lo que quería. Siempre fue “un Ford, no un Lincoln”. En la oficina oval se sintió más preparado que nunca y trabajó cada tema como un condenado. Pero al final, quedaría como un paréntesis en la historia.
En 1980 Ford coquetea con volver a lanzarse, pero nadie termina de nominarle. Esperaba que algún viejo amigo decidiera proponer su nombre ante el caos de las primarias entre George Bush Sr. y Ronald Reagan, pero, o no se acuerdan ya de él o los recuerdos de aquella convención en 1976 siguen aún latentes.
Llega el “Día D” para los republicanos y el equipo de Reagan, el ganador indiscutido, considera nombrar a Ford como candidato a vicepresidente. Pero Ford no quiere por nada del mundo aquel trabajo, así que pide unas condiciones altísimas: tener mandato sobre las decisiones de energía y ser jefe de gabinete. El equipo de Reagan está dispuesto, pero luego se echa para atrás y Ford se alivia de que su viejo rival tuviera sentido común. El ortrora actor ya tiene el olfato político más desarrollado, o al menos lo aparenta con más tino.
Ford terminaría siendo amigo de Jimmy Carter cuando éste pierde la reelección en 1980. Les une un desdén hacia Ronald Reagan, quien de cierta manera, ha marcado el final político de ambos. Sin embargo, la elección de 1976 tiene también otro cariz. En un país acostumbrado a celebrar “a los ganadores”, aquel concurso electoral terminó enfrentando a cuatro candidatos que -en algún momento- aprenderían a caer en derrota. Ford en el 76, Carter en el 80, Mondale -el vicepresidente de Carter- se lanzaría en el 84 y perdería 49 estados frente a la campaña de reelección de Reagan, y en el 96, un veteranísimo Bob Dole perdería contra un segundo mandato de Bill Clinton.
Aquella campaña de 1976 también dejaría una honda impronta en los pupilos de Ford: Dick Cheney, James Baker III y Donald Rumsfeld. El primero sería Secretario de Defensa de Bush Sr. y posteriormente, Vicepresidente de Estados Unidos en las dos administraciones de Bush Jr. (hay quien dice que fue el “presidente en la sombra”). Baker llegaría a ser jefe de gabinete de Reagan, Secretario de Estado y mano de derecha de Bush Sr, y un alfil fundamental para que Bush Jr. ganara la batalla legal contra Al Gore en el año 2000. Donald Rumsfeld sería Secretario de Defensa -una vez más- en la administración de Bush Jr. y jugaría un rol clave en la decisión de invadir Iraq en 2003. Los tres recuerdan de forma cariñosa a Ford. Aquella escuela por la cual fueron a parar a la primera línea de la política tras la masacre que representó Watergate.
Ford se dedicaría luego a dar conferencias a lo largo del mundo. Fallecería el 26 de diciembre de 2006, siendo el expresidente más viejo de la historia del país hasta que Carter le superara en 2019. Hasta en ello compitieron. Al morir Ford, recibiría cientos de elogios por “haber sido el hombre correcto para el momento”; pues Estados Unidos sufría la peor crisis constitucional desde la guerra civil y necesitaba un líder de talante conciliador. Aun así, había una pregunta transversal entre tantos editoriales y obituarios que se le dedicaron: “¿Quién era Gerald Ford?”.
¿Era un conservador o un moderado? ¿Por qué perdonó a Nixon? ¿Era realmente tan tonto como nos hizo creer Saturday Night Live? Habían pasado ya 30 años desde su derrota electoral y la memoria era difusa. Múltiples funcionarios e historiadores se animaron a dar una respuesta. Pero quizá la más acertada es la de su biógrafo y secretario de prensa, J.F. terHorst, resaltando la dualidad del expresidente:
“The problem with him — he doesn’t like to be kidded about it — but the fact is, this guy would, if he saw a school kid in front of the White House who needed clothing, if he was the right size, he’d give him the shirt off his back, literally. Then he’d go right in the White House and veto the school lunch bill.”
Si por las calles de Estados Unidos hoy preguntaras por él, quizá la mayoría no lo recordaría. Pero sí, hubo un gobernante por el que nadie votó llamado Gerald Ford.
Un presidente que tuvo que ser lo que no quiso ser: candidato a presidente.
A propósito de 1976
Disfruté mucho escribiendo sobre las elecciones de 1976. Todas las anécdotas y hechos en el texto se remiten de declaraciones y entrevistas realizadas por sus protagonistas a diferentes medios de comunicación, documentales o centros de memoria. Las bibliotecas presidenciales de Jimmy Carter y Gerald Ford cuentan con infinidad de recursos historiográficos. Al sumergirme en ellas me encontré a mi mismo riéndome con un chiste hecho por Dick Cheney y me di cuenta de que ya era el momento de detenerme. Siempre habrá algo que falte, un matiz olvidado y un análisis más original.
¿Por qué las elecciones de 1976? El principal motivo es por aquel gusto que tiene buscar en la historia los motivos que explican nuestro presente. Hay muchas elecciones más recordadas, pero hay aquellas, como la de 1976, que de forma discreta nos ofrecen las semillas de ciertos procesos históricos. En este caso identifico algunos como: el candidato “anti-política”, el uso excesivo de encuestas o la renovación del conservadurismo americano. A su vez, esta elección no deja de causar interés por el carácter insólito de Ford y cómo rebajó las expectativas de la presidencia, para después querer superarlas.
Si desean saber más de la caída de Nixon, el efímero gobierno de Gerald Ford, el ascenso de Ronald Reagan, y la “anti-política” de Jimmy Carter, sugiero revisar la obra de Rick Perlstein y Garry Wills, la serie de CNN “Race for the White House” y el canal de Youtube “Mr. Beat”. La mayoría de las fotografías han sido extraídas de las bibliotecas dedicadas a ambos expresidentes, diversos artículos de prensa y Wikipedia.
S.G.J.
Magnífica prosa, amigo Santi, en la narración de una de esas historias que nos recuerdan que a veces la realidad supera con creces a la ficción. He estado en el filo de mi asiento durante los cinco fascículos que nos has regalado. Sigue así! Aquí tienes, ya, a un fiel lector.
Un fuerte abrazo!
D.